domingo, 17 de enero de 2016

Cuento Infantil



Por el  DR IGNACIO BERCIANO PEREZ*


Hace muchos, muchos, muuuchos años (pero no tantos), había un reino lejano y feliz en el que vivía una princesita muy joven y bella. No vamos a decir su nombre para no comenzar hiriendo susceptibilidades, ni mucho menos correr el riesgo de denuncias por difamación, pues ya es sabido que en estos tiempos de internet, ya superado (y olvidado) el concepto de aldea global que tanto nos sorprendió antaño, por muy lejano que sea dicho reino en realidad está al alcance de la mano. Vamos, casi aquí mismo. 

La princesita tenía diecisiete primaveras, edad difícil como todos sabemos y era además inteligente y laboriosa. No discutía (casi) nunca con su padre, el rey, y apenas lo hacía con su madre, la reina. Muy responsable con sus obligaciones, estudiaba mucho y sacaba altas calificaciones en el colegio de princesitas al que acudía con regularidad y, por si fuera poco, también era una buena deportista. Era, en definitiva, la hija que todos, reyes y plebeyos, desearíamos tener. 

Pero (siempre hay un pero en todos los cuentos), de repente apareció una sombra en la vida del castillo: la princesita comenzó a adelgazar. Para ser honestos con la historia, siempre había estado delgada, pero de aspecto saludable, como una buena deportista en forma, pero empezó perder peso como si alguna enfermedad la hubiera atrapado. Comía poco, muy muy poco, y además ella se veía a sí misma con exceso de peso. Se miraba en el espejo y le sacaba defectos a lo que realmente era un tipo perfecto. Se veía las caderas más llenas de los que le gustaría, y el abdomen más redondeado, más peso del que debería tener, en su opinión. De modo que dejó de comer la dieta saludable que se ya se comía en el reino, cuanto mejor en el castillo. 

Dr. Ignacio Berciano Pérez

Y se miraba día tras día en el espejo (que debía de ser mágicamente engañoso, como en algún que otro cuento que todos conocemos) y seguía sin verse bien. De hecho, al observarse en el reflejo se encontraba ya decididamente obesa, a pesar de que la báscula de palacio le mostraba su peso, cuarenta y nueve kilos para un metro sesenta de estatura. Y había un término que empleaba al hablar consigo misma, entre la irritación y el auto desprecio: Gorda. 

Así que, concienzuda como era, prosiguió todavía más en su empeño de adelgazar y conseguir el tipo perfecto que aparecía en las revistas y en televisión, modelos delgadísimas, denterosamente faltas del más mínimo y natural panículo adiposo, saludable, necesario y atractivo. 

Entonces llegó el momento en que sus regios padres, cada vez más alarmados al ver cómo su única hija continuaba con sus esfuerzos para perder un inexistente sobrepeso, se asustaron y llamaron al médico real. Este, después de hacerle a la princesa varias consultas, unos cuantos análisis y algunas exploraciones, llegó a un diagnóstico concluyente: ANOREXIA NERVIOSA. Pero aquí no se acaba este cuento. Más al contrario, haciendo uso del don de la ubicuidad y de la intemporalidad que, como bien sabéis, disfruta todo escritor aprovechamos y nos acercamos al castillo y lo vamos recorriendo como si fuéramos un gorrión silencioso o un furtivo ratoncillo. 

En el despacho del rey, junto al letrero bordado por la reina que reza “desayunar como un príncipe, comer como un rey y cenar como un pobre”, enmarcado en plata de la lejana Kitay, se pueden ver los últimos análisis del monarca. Hay muchos asteriscos junto a los cabalísticos nombres de las pruebas: LDL colesterol, triglicéridos, ácido úrico, glucemia, GGT, hemoglobina glicosilada...

Y un pergamino con la caligrafía del médico real: no probar dulces ni grasas, el alcohol ni mirarlo, la carne casi ni catarla. En el centro destaca una admonitoria frase: RIESGO CARDIOVASCULAR ELEVADO. Y si proseguimos la visita dirigiéndonos a las cocinas pronto encontraremos a una cocinera a decir verdad decididamente obesa, pelando guisantes que serán parte de la cena del rey con una mano, y con la otra devorando un enorme trozo de tarta. Sabe que no tiene que comer tanto, pero no puede evitarlo. Ya le ha dicho su médico, que no es el real sino uno de familia del ambulatorio, que tiene OBESIDAD MÓRBIDA. Pero ya ha hecho dieta en muchas ocasiones y cada vez la ha abandonado y ha engordado otro par de kilos más. 



Por último, entramos a la estancia del mayordomo (ya un poco fatigados en el cuerpo del gorrioncillo o del ratoncillo). Le vemos cómo se contempla en el espejo, músculos fuertes y cuerpo de atleta. Está bebiendo un batido de proteínas, enorme. Sólo le interesa practicar deporte, ponerse en forma para estar cada vez más sano y comer sin grasas, ni conservantes, ni dulces, ni acidulantes, ni alimentos procesados. Su novia le ha dicho que como siga así se va a convertir en un VIGORÉXICO y va a padecer ORTOREXIA. 

Si tuviéramos más tiempo, metafóricamente hablando, o alguna página más en blanco, podríamos recorrer una por una todas las estancias del castillo, y las casitas de la aldea cercana, incluso las de todos los pueblos y villorrios del reino. Y veríamos que en todas hay un denominador común: la alimentación, no podía ser de otra manera. Y poco más hay que decir, para ser éste tan sólo un aperitivo. Quizás que colorín colorado, que este cuento (por ahora) no se ha terminado.

* El autor de este Cuento Infantil,  dictó recientemente en AMUB la conferencia " Comer para vivir o vivir para comer". Ver la referencia en ese mismo blog. Es autor, entre otros, del libro " Como envejecer con dignidad y aprovechamiento".

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